Por Ignacio Oropeza López

Me resisto a creer que un hombre del renacimiento, que tuvo la fortuna de leer, desde sus años mozos a los clásicos, que abrevó en los escritos de Descartes a Kant, pasando por Von Leibnitz y su armonía pre establecida, que se iluminó con los sueños utópicos de Saint Simon, Fourier y Proudhom, ahora salga con sus cuentos y relatos infames acerca de le frenología y el mesmerismo, y peor, que diga que un cerebro bien programado produce seres inteligentes, sin importar el medio ambiente, ni la situación económica y social.
Nadie podrá negar los avances de la neurobiología, ni tampoco la psicología aplicada al aprendizaje, pero eso que anda diciendo, de que los niños de raza caucásica son más inteligentes que los de otras etnias del mundo, no solamente es una ideología de tipo racista, lo peor, que acepte la conveniencia de utilizar ciertas drogas para estimular al cerebro,de raíces orientales, en especial, el famoso “Sueño negro”, usado el siglo antepasado.
Creo haber escrito, en otra ocasión, que el nombre de “Sueño negro” fue tomado de la película del mismo nombre (Reginald Le Borg, 1956), y que en lo básico, era un experimento que consistía en una mezcla arbitraria de plantas somníferas orientales, entre las cuales predominaba la “Bella donna”, llamada así por los italianos en el siglo XVIII, porque algunos de sus efectos consisten en agrandar las “pupilas” de la mujer, brebaje de sabor impreciso que aderezado con vino tinto provocaba un “viaje astral” y un sueño profundo de muchas horas, que pone en peligro la vida del que lo toma, por depresión respiratoria.
En sus famosos ensayos “Historia de la locura en la época clásica”, Michel Foucault refiere la existencia de la famosa “Nave de los locos” una embarcación en la cual las autoridades municipales embarcaban a los enfermos mentales, con la finalidad de que no anduvieran vagando por las calles, perjudicando el paisaje, en una época en la que todavía no existían ni clínicas ni hospitales de tal especialidad, pues la psicología de la conducta y la psiquiaría se hallaban todavía en pañales.
Como sabemos, en la época clásica a los enfermos mentales se les consideraba como poseídos por algún demonio, y los tratamientos médicos, -si es que de algún modo se les puede llamar-, consistían en choques eléctricos, baños de agua helada, ayunos prolongados, golpes, celdas de castigo, sangrías y analgésicos naturales. Los más serios hablaban de la existencia del “homúnculo” un hombrecito que estaba dentro de la cabeza y era necesario expulsar.
El pobre enfermo mental del siglo de las luces, era perseguido por todos, hasta su propia familia, avergonzada, lo ocultaba en sótanos o patios lóbregos, atado con cadenas, para que no se pudiera escapar y ocasionar perjuicios al vecindario.
Es bien cierto que hubo enfermos de la nobleza y de la naciente burguesía que tenían un poco de mayores libertades, pero no tantas. Se dice que algunos de los crímenes y envenenamientos famosos, de personajes célebres de la historia, fueron cometidos por enfermos sin cadenas, que no buscaban al que se las hizo, sino al que podía pagar su dolor.
Resulta natural, entonces, que cuando una bebida de origen árabe, hoy conocida como café, se popularizó en Europa, y se descubrió que alertaba las funciones cerebrales, se pensó en otra bebida contraria, que tuviera efectos diferentes y durmiera dichas funciones, y fue el hallazgo del “Sueño Negro” y su uso generalizado con fines de tipo medicinal, aunque no faltaron quienes se aprovechaban de la moda, y muy pronto la sustituyeron o combinaron con el opio,o la canabis indica,en específico, la Inglaterra decimonónica.
Las pesadillas provocadas por este tipo de drogas, en especial su abuso, hicieron albergar la idea, impulsada por los teóricos de la educación utilitarista y el desarrollo industrial, de que se pudieran utilizar también para producir generaciones y generaciones de niños bien educados, y nada rebeldes, al igual que obreros que trabajaran sin chistar la jornada de 16 horas. Los niños educados serían los gerentes del mañana, en tanto que los obreros serían un gran “ejército industrial”, destinado a conquistar los mercados mundiales. La llamaron reforma de la educación.
Aparte del consumo de medicamentos para “domesticar” la mente, era necesario generar una vasta
producción de literatura barata, con héroes de papel que combatieran las injusticias en el mundo, pero solamente en las tiras cómicas, en el marco de “una sociedad de consumo” en la cual el individuo masa solamente piensa en competir con otros para adquirir objetos o satisfactores superficiales, todo esto, sin dejar de ser un “eterno lactante” como definió Erich Fromm.
En el mundo post moderno que define Noam Chosmky, el uno por ciento de la población mundial vive bien en exceso, y tiene asegurada su riqueza hasta fin de siglo,mientras el resto de la humanidad batalla por subsistir, consume los sustitutos farmacológicos del “Sueño negro” y se enajena con el futbol, la música pop, estridente, los objetos tecnológicos y la mala educación, el revival positivista, utilitarista, en el marco de una globalización que sólo beneficia a las 7 hermanas. Alfas, betas y epsilones, de acuerdo con ”Un mundo feliz”, la utopía pesimista de Aldous Huxley.
