Manuscrito hallado en un taxi


Por Ignacio Oropeza Lópezellla

Ignacio Oropeza López, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana
Por Ignacio Oropeza López, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Al principio, consideré que era una tarea escolar, olvidada en el asiento trasero por algún estudiante de letras o periodismo, costaba trabajo hallar cierta coherencia textual, aunque la sintaxis narrativa era correcta, a veces parecía un simple cuaderno de notas o un bosquejo de diario personal.

La escritura era pequeña pero clara, y alternaba los tipos de cursiva y elementos sans serif, había un abuso de las mayúsculas y se brincaba al punto y aparte en vez de usar el punto y seguido.

Los acentos gráficos no existían.

La voz narrativa brincaba de la primera persona al plural…”Nos llamaba la atención el aspecto desaliñado del hombre, en contraste con su corpulencia y vozarrón. “Dame un peso manito, no he comido”, pedía, para luego entrar a las cervezas con botana. Tenía el pelo largo y barba crecida, ya pintaba algunas canas. Se diría era el doble del cantante Demis.

La leyenda urbana circulaba en el café del portal, radio bemba señalaba que había sido médico, o abogado, o arquitecto, o tal vez había estado en las tres escuelas sin terminar ni graduarse, lo cierto es que había sido condiscípulo del alcalde elegante, a quien molestaba sobremanera que le gritara en la calle por un apodo o sobrenombre juvenil. “Nuestros pasos nos siguen, nuestra sombra también, incluso al atardecer de la vida”.

Eran famosas sus parrandas fenomenales y sus noches de abusos inconfesables.

En las madrugadas, cuando disminuía la vigilancia, a bordo de un Mustang 69 circulaba en sentido contrario por la avenida principal o por los bulevares costeros. Los fines de semana eran bacanales en una casa de playa, por los rumbos de Acapulco. No había límites. Pero dice la tía Nata, los piojos resucitados son débiles, y a cada capillita se le llega su fiesta.

El hombre era feliz a su modo, siempre tenía dinero, generosos padrinos y familiares, hasta que sopló el viento de su desgracia agitando las faldas de una mujer.”No salgas niña a la calle…

Nunca nadie pensó que a un gallo de tantos palenques lo pudiera cambiar una mujer, mucho menos -pensamos todos- que en esa ciudad existiera una mujer con tanta o la suficiente belleza para torcer el destino de alguien.

Dejen que les explique mi tesis. Hay mujeres bellas que concursan y ganan tronos de belleza.

Estamos de acuerdo en que hay otro tipo de mujeres, digamos Miroslava o Sara Montiel,que nunca ganaron concurso alguno pero que anidaron en la conciencia colectiva de cientos de miles, millones de hombres. “Divas del cine nacional las saludamos”.

Ella era de esa clase, una princesa caminando por la avenida principal de la ciudad, con la gracia y elegancia de una pantera, ella tenía cosas de hispana, de india y de negra, curiosa mezcla que da esta tierra, pero sobresalían sus ojos moros. Compraba perfumes orientales, carmín y polvo de arroz, para aderezar sus mejillas, decimos nosotros, no lo necesitaba.

El gran Agustín la saludó con un beso en la mano, en la perfumería de la avenida principal. Nos platicaron, la gente chismosa decía, que ella lo despreciaba, se burlaba, lo hacía menos, decía que era pobre y mediocre, un bueno para nada (su frase preferida), un aplana calles. Un don nadie.

El hombre se retorcía de dolor y brindaba por ella. “Esta borrachera, decía, es por amor a Ibis”. Ibis era el nombre de ella. Una novela de Vargas Vila sobre el tema del amor. Nota marginal.

“Te pareces a Schubert” ella le dijo alguna vez, y lo que aparecía como un elogio fue como un block de hielo en la mitad de su vanidad, pues al mirarse al espejo consideraba un cierto parecido a Marlon Brando o a Chanoc.

Dicen que ella acostumbraba guiñar un ojo para atraer a los hombres. A nuestro amigo al parecer le guiñó los dos, pues fue víctima de sus encantos y dicen los del quinto patio que no se detuvo hasta que le vació la cartera, regalosos costosos, principalmente.

El maestro de la Fontaine, adoraba a Schubert, en especial, la sinfonía “Inconclusa”, que según se decía, formaba parte musical de una película no hablada del hijo ilustre de Aragón Luis Buñuel.

La música clásica, antes fue barroca, de cámara, con pequeños grupos que recolectaban los cantos y bailes populares, el folklore popular, caso de Brahms con sus danzas húngaras, Dvorak con sus danzas eslavas y Mozart, con bubaris y hungarycus.

“Nuestras vidas son como las páginas de un libro que ya está escrito”, solía decir el maestro Lara. En perfecto español, Nat King Cole besó la mano del maestro y parece que le dijo.

“Son hojas de otoño”.( Autumn leaves). Yo digo solamente una vez se entrega el alma. Eso fue lo que le pasó a nuestro amigo. Le ofrendó su alma a una mujer mala. Todas las chinas son malas.

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