Siete Párrafos…El retorno de los miedos medievales


Por Rodolfo Calderón Vivar

por Rodolfo Calderón Vivar, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana

Según un estudio de María Luisa Bueno Domínguez, intitulado «Espacios de vida y muerte en la Edad Media«, entre los habitantes de la Edad Media Europea la muerte generaba diversas actitudes pero, sobretodo, diversos miedos dada la poca esperanza de vida de aquellos años, el poco conocimiento acerca de muchas enfermedades que la causaban y la cíclica presencia de epidemias que asolaban a grandes conglomerados de gente de manera implacable.

Eran tiempos en los que la religión y la opresión de los señores feudales marcaba para siempre los destinos individuales hacia un fatalismo determinista de estar a merced de los designios de Dios y la voluntad de los dueños de los feudos, en periodos de vida tan cortos originados por el riesgo de contraer una enfermedad que concluía con las historias de los habitantes de un villorrio, a vece de manera repetina.

Se generaban pues muchas actitudes de miedo. Miedo a desobedecer a Dios por caer en pecado y ser condenado por la iglesia, ínclita institucion representante de lo divino, o de caer en desgracia ante los ojos del señor feudal en donde habían nacido, y continuaban sus vidas, los temerosos aldeanos de aquel entonces.

Pero quizás, el miedo a la muerte era el más acendrado entre los hombres y mujeres de la Edad Media, allá en Europa. Sobretodo si acontecía en tiempos de la peste, cuando la ola de la enfermedad entraba a todas las cosas y los ayes de dolor eran el ruido cotidiano en las callejuelas apretadas de cada ciudad infectada por la peste.

Y peor aún era el temor a morir en la soledad absoluta, sin ninguna posibilidad del apoyo espiritual en los últimos momentos de agonía, por parte de un sacerdote de la iglesia de Cristo , y sin la presencia de un familiar que acompañara en ese difícil trance entre la vida y la muerte. Solía suceder ese tipo de muerte en lugares tan infestados del mal de la epidemia, que los familiares abandonaban sus hoages, dejando a la suerte de morir sin nadie a su lado, a los parientes más enfermos.

Morir sin el apoyo espiritual de un cura era, en esos años de tan acendrada religiosidad en aras de una vida eterna posible después de la muerte, un angustioso momento en el que se todo tipo de estresantes pensamientos se arremolinaban en infelices abandonados a la vera de su enfermedad, sin poder recibir la extremaunción que les garantizaba, al menos, el pase sin pecado en dirección al cielo de la vida eterna prometido en los ritos religiosos.

Pero morir sin la mano de un pariente que estuviera cerca para apretarla como un último contacto del amor vivido en el seno de una familia que le daba identidad, podría haber sido un dolor aún más grande que el de no tener un sacerdote a un lado para abrir las puertas del cielo. Esa soledad de la muerte medieval, a merced de los estragos aterrorizantes de un pandemia que prohija el abandono espiritual y familiar de los condenados a morir, parece repetirse en estos días en que el mal asuela el mundo. A diario, están falleciendo muchas personas a las que difícilmente se les acerca un sacerdote para darles la extremaunción y menos aún tienen la cercanía de la familia para alcanzar a verlos por última vez. Igual que aquellos años, también los cuerpos son incinerados, con la única diferencia de que los de la Edad Media eran amontonados en grandes fosas comunes para tal fin y en estos tiempos modernos se ha individualizado su proceso en la hoguera, para ser entregadas las cenizas en urnas personalizadas a sus desolados miembros. Lo que es igual es el mismo miedo de un destino tan fatal de morir en soledad, lejos de toda compañía espiritual, y familiar, en los últimos momentos. El medievo ha regresado.

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