Rumbo a Dallas

el

Por Jesús Alberto Rubio

Jesús Alberto Rubio Salazar, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana (desde Hermosillo, Sonora)

(dos de tres)

Seguimos.

Llegó la desviación San Antonio-Dallas.

La familia que amablemente me había dado el “raite” en la estación de gasolina tomaría la carretera a San Antonio, de modo que en ese entronque le agradecí la ayuda, despidiéndonos con gran afecto; incluso, les pedí su dirección para cuando menos enviarles postales de Hermosillo.

Queda de nuevo solo en el camino.

Atardecía.

A lo lejos, vi una joven pareja, vestidos a la usanza hippie de la época sentados a un lado de la carretera a San Antonio también en espera de un aventón.

Anochecía y tenía que seguir hacia Dallas y, luego de una amena y corta charla con ellos, emprendí camino una vez más confiando en la buena estrella que hasta el momento me acompañaba.

Y ahí me veía, caminando, pensando en que de no conseguir un nuevo “raite” en cualquier momento de la noche tirar la bolsa a un lado de la carretera para descansar y dormir.

La noche, muy obscura, estrellada, con un clima templado, agradable.

Levantaba la mirada al cielo y al mismo tiempo la bajaba mirando el horizonte del camino.

Los vehículos los pasaban a toda prisa, sin detenerse.

No perdía la fe en mi viaje.

Así iba y de pronto a unos trescientos metros adelante se detuvo un vehículo y escuché dos voces que me gritaban y corrí hacia ellos.

El auto, había sufrido un pequeño desperfecto mecánico y los jóvenes revisaban el motor.

¡Vaya suerte y en que instante!

En medio de la oscuridad, alcancé a ver cómo charlaban entre ellos.

Venían de San Francisco y su destino era ¡Dallas!

Tuve la suerte de que me invitaran a continuar el viaje.

Mer subí al asiento trasero donde casi caí dormido por el cansancio, pero me esforzaba por seguir despierto.

No deseaba confiarme a pesar del buen trato que comenzaban a darme los californianos.

Además, hablaban un inglés demasiado rápido y poco se les entendía. Lo único que si entendía era que me estaban dando un “aventón”, ¡precisamente hacia el mismo destino!

Cierto es que al paso del tiempo siempre me he dicho de la buena suerte que tuve esa noche: que el auto se detuviera precisamente frente al lugar donde ya me disponía a pasar la noche, a un lado de la carretera.

Y lo curioso: sin que realmente el vehículo tuviera falla mecánica alguna.

Simplemente allí se había detenido… “por alguna causa desconocida”.

A eso siempre le he llamado suerte.

Había sucedido algo parecido cuando aquella persona –que me llamó Jesús sin conocerme– para sacarme del peligro que significaba la tormenta de arena, a la salida de El Paso.

Cerca de Dallas…

Pasaron las horas y la fatiga del viaje me cansó y dormí lo que faltaba de la noche.

Cuando desperté, vi que los dos acompañantes también dormían placenteros y el auto se encontraba estacionado a un lado de la autopista.

¡Ya estaban próximos a Dallas!

A la luz del día, pude percatarme de las condiciones del auto: todo “destartalado” de no muy buen aspecto físico, y teniendo por aquí y por allá ropa sucia los dos nuevos amigos; jóvenes ellos con pelo largo y barba cerrada.

Sin embargo, me sentía ya en confianza con ellos, quienes mostraban un agradable compañerismo.

Ahora sí, ya descansados, enfilaron el auto hacia Dallas.

Pero de pronto, o pasarían ni diez minutos cuando una patrulla federal nos hizo el alto.

Bajé del vehículo y me identifiqué ante los agentes quienes me pidieron me apartara del lugar, en tanto a mis acompañantes los colocaban manos arriba pegadas al vehículo y les pasaban “revista”.

Los agentes de la patrulla fronteriza revisaron todo el vehículo, encontrando sólo ropa vieja y sucia revuelta.

Yo procedí a estar mirando el paisaje, aunque temeroso de que a sus dos compañeros les encontraran “algo”.

Al final, sólo les dejaría una boleta de infracción por las malas condiciones del automóvil, lo que les provocó enojo, haciéndoles lanzar al aire mil y un vituperios.

Una vez más en camino hacia Dallas, a menos de dos horas ya con el sol resplandeciente sobre la carretera.

Al mediodía, llegaríamos a la capital del petróleo.

Los dos amigos me llevarían hacia la casa de Daniel y Horacio quienes ya me esperaban.

La tarde de ese inolvidable día y parte de la noche tuvimos reunión-fiesta en grande asistiendo otras amistades.

Mi estancia en Dallas sería muy agradable, visitando los sitios más interesantes de la ciudad.

Uno de ellos, el lugar donde en 1963 asesinaron al presidente Kennedy, además de una gran lápida de mármol que recuerda la tragedia.

También juntos recordamos los momentos vividos en las playas sonorenses y en Álamos, especialmente.

Por supuesto muy presentes en nuestra memoria nuestros acompañantes en aquella ocasión: César Sotomayor Petterson, José Luis Meza López (+) y Jorge Figueroa Gálvez (+).

Aquella vez prometieron visitarnos de nuevo en Hermosillo.

Pero no sucedió.

Llegó el día del retorno.

Pensaba en el regreso a casa, de nuevo en “aventones”.

De inicio, tomé las calles hacia fuera de la ciudad, ahora con rumbo al Oeste, aunque el cielo se veía con nubarrones negros.

Pronto, llegó la lluvia.

Busqué un refugio caminando hacia un túnel por donde antes pasaba el ferrocarril en tanto arreciaba la lluvia.

Allí me encontraría con tres mendigos con quienes crucé un saludo, pero sin detenerme a charlar con ellos, colocándome a una buena distancia del lugar en que se encontraban sentados.

El sitio era obscuro y muy húmedo.

Pasó la lluvia y con un hasta luego me despedí de aquella gente que seguía sentada “como si nada pasara”, olvidados en su destino en medio del túnel.

No alcanzaba a llegar a la carretera, cuando de nuevo mejor decidí tomar un autobús que me sacara de la ciudad.

Regresé a la central camionera y compré boleto al pueblo más próximo. De ahí en adelante, ya sobre la carretera abierta, buscaría la forma de continuar el viaje de retorno.

El primer aventón del regreso apareció en escena.

Un tráiler detuvo su marcha y subí muy contento por la buena voluntad de su operador y luego de dos horas de camino me dejó en otro poblado, ya casi por anochecer.

Recuerdo que no sabía qué hacer: seguir por carretera o quedarme a dormir por ahí, en algún lado del poblado.

Opté por dirigirme a la comisaría del lugar y medio me di a entender con los oficiales de que desea dormir ahí, en algún lugar, para pasar la noche. No me dieron respuesta concreta alguna. Parecían estar muy ocupados.

Así lo tomé.

Decidí entonces seguir hacia las afueras del poblado y en eso estaba cuando una persona detuvo su vehículo y me llevó hacia la entrada a la carretera.

Le di las gracias por su gesto y me dije para mis adentros: “a cruzar dedos para encontrar pronto otra ayudadita”.

No tardó en llegar:

En la obscuridad de la noche, caminando por un lado de la carretera, un tráiler me iluminó con fuertes reflectores, además de aminorar la marcha.

El operador era un hombre de Arizona y su modo de hablar resultaba muy singular, con diálogos y charlas amenas; sin embargo, no aguanté el cansancio y cuando desperté ya estaba de nuevo en El Paso, muy de madrugada.

Aquel amigo me invitó a desayunar y luego al despedirnos me obsequiaría tres dólares para que me ayudara en el camino.

Bendita suerte.

(Continuará)

73Luis Armas Bravo, Carlos Bustos Ando y 71 personas más

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